Copywriting, Ikigai y otras palabras que no están en la RAE
¿Sabes qué? Llevo ya un par de semanas dándole vueltas a como inaugurar este nuevo espacio. Supongo que tras este impecable ejercicio de procrastinación se esconde una mezcla entre un vértigo algo gustoso y muchas ganas de empezar esta nueva etapa en el blog con buen pie.
La verdad es que podría haber enfocado este artículo al posicionamiento SEO. O podría intentar deslumbrarte con las frases ingeniosas que esperas de una copywriter, para así convencerte de lo guay que escribo y de lo mucho que necesitas mis servicios. También podría desplegar todas las formaciones que he hecho, en plan pavo real. Cualquiera de estas opciones sería más inteligente, más estratégica y posiblemente algo más ostentosa. Pero espero –si te quedas por aquí– que tengamos tiempo de sobra para hablar sobre copywriting, sobre páginas de venta y sobre propuestas de valor. Así que prefiero darte la bienvenida a mi hogar virtual de la forma más sencilla posible: empezando por los cimientos. Y para mí los cimientos de un negocio están en su propósito.
Como te decía por Instagram el otro día, aunque tengo una obvia debilidad por las palabras, también creo que todos los elementos que componen tu marca deben ir en consonancia con lo que pretendes comunicar. Todo detalle aporta e importa, y quien diga lo contrario…¡miente!
Sin embargo, esta manifestación exterior debería producirse después de una exploración de las entrañas de tu negocio. Digamos que las imágenes, el logo y la paleta de colores de tu marca son la guinda del pastel, la cima del Everest, la eclosión de la larva en mariposa o como lo quieras llamar. Pero antes tiene que haber un pastel, una larva o una montaña que subir. Porque si intentas plasmar de forma gráfica algo que no sabes ni lo que es, ¿cómo crees que será el resultado?
“La gente no compra lo que haces, compra por qué lo haces”
Esto no lo digo yo, sino Simon Sinek, un escritor y orador motivacional que lo peta en cada TED Talk que da. Y con razón.
Cuando empiezo a trabajar con un nuevo cliente, siempre les aviso de que la primera etapa de nuestra colaboración es la más intensa para ellos. Y es que antes de que yo escriba una sola coma, necesito que trabajen en un cuestionario con 30 preguntas. Y no son preguntas fáciles, no te creas: para bucear en el universo de tu marca y encontrar oro en el fondo, necesito que te desnudes (metafóricamente hablando, of course). Necesito que me cuentes tus porqués, tus motivaciones, los sueños que tienes con tu negocio, a quién quieres ayudar con lo que has creado. Necesito saber qué es lo que hace que te levantes por las mañanas (aparte del olorcillo a café recién hecho).
En definitiva, entre otras muchas cosas, necesito conocer el propósito y la motivación de tu negocio (iba a decir “el alma de tu negocio” y lo he borrado por si te sonaba muy cursi. Luego he recordado que el tema va de ser un poco más auténticos y he decidido que aquí se queda).
No es fácil plasmar la esencia de una marca en un papel porque es posible que ni siquiera nos hayamos parado a pensar en ella. Y desde mi punto de vista no hay copywriter, SEO, redactor de contenidos o especialista en Facebook Ads que arregle esa carencia, por mucho que nos vendan. Toca detenerse para bucear en nuestra marca y volver a la superficie sonrientes, quizá algo magullados, y con nuestro ikigai en la mano.
¿Iki-qué?
No, no se me han subido los mantras de mi sesión de meditación a la cabeza. Ikigai es un concepto japonés que significa “razón de vivir” o “razón de ser”. Según la cultura japonesa, todo el mundo tiene un ikigai, pero descubrirlo requiere de una profunda y a menudo prolongada búsqueda de uno mismo. En la cultura de Okinawa, el ikigai se concibe como “una razón para levantarse por la mañana”, y según los entendidos esta conciencia de nuestro propósito vital es una de las causas de la felicidad y la inusual longevidad de los habitantes de esta isla. (Si te interesa el tema, te recomiendo el libro Ikigai, de Francesc Miralles y Héctor Martín)
Ya sabes por dónde voy, ¿verdad? Aplicado a tu marca, el ikigai sería la razón de ser de tu proyecto, que además de hacerte feliz tanto a ti y como a tus clientes, garantizará la salud y longevidad de tu negocio.
En resumen, ikigai es propósito, identidad, plenitud, conexión profunda, longevidad. Como todo lo importante en esta vida, no es fácil descubrirlo, pero una vez hemos vuelto del viaje introspectivo todo son ventajas.
Si ahora mismo estás hiperventilando con tanta intensidad, quiero hacer un llamamiento a la calma: hoy te hablo de todo esto como si hubiera nacido sabiéndolo, pero en su momento a mí también me costó unir todas las piezas. Me costó mucho tiempo y algún batacazo dar con esa intersección entre mis habilidades, mis intereses y las necesidades de las personas a las que puedo ayudar.
Hoy, por fin, creo que puedo decir que he descubierto mi ikigai, o que al menos estoy mucho más encaminada que hace unos años: me encanta usar mi conocimiento y mi creatividad para impulsar a personas y marcas que quieren cambiar el mundo a brillar con luz propia. Y lo hago a través de las palabras.
Por eso me especialicé en copywriting para negocios sostenibles, creativos y slow. Porque para mí, cambiar el mundo puede ser tan épico como fundar una ONG, tan bello como asistir a otras personas en su camino hacia la sanación o tan inspirador como hacer la vida de los demás un poco más bonita a través del arte. Mi forma de aportar mi granito de arena es ayudar a destacar a esos proyectos en los que creo, aquellos que hacen del mundo un sitio más bonito, más inspirador o más justo.
No te preocupes que no me voy a despedir sin mojarme. El alma de mi proyecto es un poco bohemia, un poco ratilla de biblioteca y también un poco rebelde, para qué negarlo. Llevo años formándome (y seguiré aprendiendo cada día, forma parte de mi ADN), pero no para encajar y crear textos cuadriculadamente comerciales, sino para saber discernir cuando toca seguir las reglas y cuando no.
Mi proyecto huele a libros, tanto viejos como nuevos, pero siempre un poco manchados de salitre. Sabe a té chai y a pizza casera. Su melodía rock se mezcla con el ritmo inconstante que crean mis dedos sobre el teclado. Al tacto es como un papel de buen gramaje, de esos que da gusto acariciar, o quizá como una esterilla de yoga. Y como dice mi diseñadora, los colores de mi marca son “tostados, azules del mar y mostazas, que dan una sensación fresca, como si mezcláramos la playa y la montaña en una sola imagen, como un sitio donde sentirse libre para expresar cualquier cosa con la confianza de que Paula le va a dar una forma irresistible” (bueno, a veces también es color moreno de flexo, tampoco vamos a pecar de idealistas).
Y tú, ¿te has preguntado alguna vez a que sabe, huele y suena tu marca?
Espero que el rollo que te he metido te ayude a conocerme mejor, pero sobre todo a pensar en el ikigai de tu proyecto o marca.
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Nos leemos pronto. Gracias por estar al otro lado.
PD-No te olvides de bucear.
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